La obsidiana, esa roca volcánica de brillo oscuro y filo cortante, ha sido desde tiempos ancestrales un símbolo de dualidad: un espejo que revela verdades ocultas y un arma que corta con precisión y propósito. Elegir su nombre para una revista de fotografía no es casualidad; es un homenaje a su capacidad para encapsular la esencia misma de este arte, que es a la vez contemplativo y transformador.
En las culturas mesoamericanas, la obsidiana era utilizada como espejo. Pulida con esmero, permitía mirar más allá de la superficie, adentrarse en el alma de quien se reflejaba. De manera similar, la fotografía funciona como un espejo del mundo. Cada imagen capta una fracción de la realidad, pero también proyecta una interpretación, un diálogo entre el fotógrafo y su entorno. La cámara, como la obsidiana, es una herramienta para revelar lo invisible, para reflexionar sobre lo evidente y reinterpretarlo.
Pero la obsidiana no solo era un espejo; también era un arma afilada, una herramienta de supervivencia. Sus bordes cortantes se utilizaban para construir, defender y transformar. Así, la fotografía, además de observar y reflexionar, tiene el poder de cortar, de cuestionar las estructuras establecidas y abrir nuevas posibilidades. Una imagen puede herir, desafiar o sanar. Puede ser un acto de resistencia o una invitación a la contemplación profunda.
La revista Obsidiana busca encapsular esta dualidad. Cada fotografía publicada es una pieza que refleja el mundo tal como es, pero también como podría ser. Los fotógrafos que participan en sus páginas son como antiguos talladores de obsidiana: perfeccionan su visión para pulir imágenes que revelen lo oculto y, al mismo tiempo, usan la fotografía como un arma para esculpir la vida, romper paradigmas y confrontar verdades.
En un mundo donde la superficialidad abunda, Obsidiana se alza como un espacio para la reflexión y la acción, para mirar más allá de lo evidente y asumir que cada fotografía es un filo que puede cambiar nuestra percepción. Como la obsidiana, es oscura, misteriosa y afilada, un recordatorio de que la visión artística no solo observa, sino que también transforma.